En los últimos años la práctica de la odontología ha sufrido una fuerte reestructuración que se traduce en la actualidad en la masificación y la irrupción de nuevos actores en este mercado. La no regulación del sector hace que exista una fuerte competencia entre las clínicas dentales tradicionales, las franquicias dentales, las compañías de seguros médicos e incluso las aseguradoras, que tratan de introducirse también en la sanidad aunque este no sea su sector de actividad principal.

Aunque en todas partes existen dentistas mejores y peores, o con más o menos ética profesional, cada paciente debería conocer lo que hay detrás de dos modelos de negocio radicalmente diferentes, para poder decidir libremente dónde tratarse. No olvidemos que, al fin y al cabo, lo más importante es la salud de la persona.

Las franquicias dentales son una fórmula empresarial en la cual un inversor -que no necesariamente es odontólogo, incluso no pertenece al sector sanitario- crea una marca y un sistema de trabajo replicable, llevando a cabo un fuerte proceso de expansión a base de abrir sucursales por todo el territorio nacional. Estas sucursales abonan a la franquicia un royalty mensual en concepto de uso y explotación de su imagen y prototipo, además de beneficiarse de las potentes campañas de marketing que lleva a cabo la central.

Estas clínicas se caracterizan por estar totalmente orientadas a facturación, ya que suelen tener unos altos objetivos mensuales, marcados por la central, que deben alcanzar. Generalmente captan a los pacientes a través de productos gancho, con precios inicialmente muy bajos y ofreciendo posibilidad de financiación en tratamientos más caros.

Por su parte, las clínicas dentales tradicionales se basan en un modelo de proximidad y, por tanto, de confianza. Para ello, se cultiva una relación de cercanía, en la que el profesional conoce la historia médica de su paciente y aconseja de tratamientos que se ajustan a las necesidades reales de éste, sin entrar en el juego de sobredimensionar los presupuestos para facturar más, ya que esto acabaría con este servicio personalizado.

En resumen, la salud oral exige un diagnóstico preciso, un buen plan de tratamiento y una adecuada ejecución; pero también una relación de confianza y una buena comunicación dentista-paciente en todo momento para un resultado óptimo.